Territorios en transformación, de la España vaciada a la España energética

11/09/25 | ECOLOGÍA

Una mirada distinta a la llamada España vaciada

Solemos hablar de la “España vaciada” desde un lugar hostil, el propio término conlleva una connotación negativa y casi violenta frente a quienes habitamos en ciudades. Sin embargo, conviene recordar que alrededor del 70% del territorio español está en riesgo de despoblación, es decir, cerca de dos tercios del país.

La migración masiva de las décadas de 1950 y 1960, cuando miles de personas abandonaron las zonas rurales en busca de oportunidades en regiones industrializadas como Cataluña, Euskadi o la propia Madrid, favorecida además por el centralismo de la dictadura franquista, provocó un vacío demográfico sin precedentes en la historia contemporánea de España. Aquel abandono sigue teniendo hoy consecuencias palpables como infraestructuras deficientes, desde las comunicaciones hasta el sistema eléctrico, pasando por servicios básicos que en las ciudades damos por sentados como rutinarios.

El resultado es una población rural envejecida, que encuentra mayores dificultades para mantener un estilo de vida atractivo según los estándares de la modernidad adquiridos en las últimas décadas.

Una oportunidad en el vacío

Sin embargo, este escenario no debería interpretarse como un panorama apocalíptico, sino como una oportunidad. Es fácil afirmarlo desde la comodidad de la silla en la que escribo, pero lo cierto es que un vacío también permite dotar a esos territorios de un nuevo sentido, creado y definido por quienes siguen habitando sus tierras. Y no iba a ser menos en el sector energético.

Estas zonas, a diferencia de otras más septentrionales, cuentan con una abundancia de horas de sol que las convierte en un escenario idóneo para avanzar hacia la independencia energética y el desarrollo de comunidades energéticas locales gestionadas por la propia ciudadanía. España está hecha para la energía solar, y sin embargo, todavía no se ha sabido aprovechar todo su potencial. En el llamado “donut despoblado” reside la fuerza que podría situarnos como referentes europeos en transición energética.

Energía ciudadana y beneficios colectivos

La independencia energética trae consigo uno de sus mayores logros, la liberación frente a las fluctuaciones del mercado eléctrico generadas por los precios marcados por las energías más caras: los combustibles fósiles. El mercado eléctrico español es un mercado marginalista, es decir, que el sistema de fijación del precio de la electricidad lo hace la tecnología más cara, generalmente el gas, que está sujeto a los vaivenes de los mercados internacionales. Sin embargo, gracias a la energía fotovoltaica, que es una tecnología modular y con bajo coste de instalación, cada comunidad puede producir y gestionar su propia energía, sin depender del precio de las energías que tenemos que importar, como el gas.

A esto se suman los incentivos fiscales, como las deducciones en el IRPF y en el IBI, que permiten amortizar las instalaciones en un plazo bastante corto, de tres a seis años, dependiendo del tamaño de la instalación, obteniendo después, energía gratis durante los próximos 25 o 30 años. El resultado no es solo una opción barata, sino también altamente rentable. Además, al mismo tiempo, se reducen los niveles de contaminación, se generan menos residuos y se alivia la presión económica sobre los hogares.

Los beneficios ambientales son igualmente destacables. Tendríamos decenas de toneladas de CO₂ que dejan de emitirse a la atmósfera, mejoras en la calidad del aire y del agua, y un impacto positivo en el entorno natural. El autoconsumo colectivo y las Comunidades Energéticas Locales son herramientas a nuestro alcance, fáciles de implementar y capaces de dar un giro al futuro de ese 70% del territorio nacional hoy en riesgo de despoblación.