Si por algo se caracterizó el dictador Francisco Franco, y lo que ha quedado más arraigado en nuestro imaginario colectivo, es por la construcción masiva de pantanos y presas en todo el Estado español. La imagen de Franco inaugurando embalses, tijera en mano cortando cintas o posando ante compuertas recién abiertas, se convirtió en un símbolo de modernidad y progreso con el que la dictadura buscó legitimarse. Sin embargo, lo que a menudo se obvia es que gran parte de la política hidráulica franquista fue heredada directamente del gobierno democrático y legítimo de la Segunda República.
Lejos de ser un invento del régimen, la llamada “política de pantanos” venía gestándose desde principios del siglo XX. Ya en los años veinte, durante la dictadura de Primo de Rivera, se diseñaron los primeros grandes planes hidráulicos, y en 1933 el Gobierno republicano aprobó el ambicioso Plan Nacional de Obras Hidráulicas, impulsado por el ingeniero Manuel Lorenzo Pardo. Ese plan fue concebido como una forma de garantizar el acceso al agua en un país marcado por las sequías, la desigualdad territorial y la dependencia de una agricultura de subsistencia. Lo que hizo el franquismo, en realidad, fue apropiarse de esa planificación previa y transformarla en un instrumento propagandístico de primer orden.
El mito del agua franquista
Según informes del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), entre 1950 y 1980 se levantaron 581 presas en el Estado español, una cifra descomunal que convirtió a España en uno de los países con mayor densidad de embalses por habitante del mundo. De hecho, hoy el Ministerio para la Transición Ecológica calcula que existen más de 1.200 grandes presas en funcionamiento, y buena parte de ellas datan de esa época. La década de los cincuenta fue el momento de mayor auge; en pocos años se multiplicaron las infraestructuras hidráulicas y con ellas el relato oficial de orden, paz, futuro y abundancia de agua que difundía la propaganda del régimen, recogida incluso por instituciones como la Fundación Francisco Franco.
El mito se consolidó, la propaganda empezó a hacer efecto y se quedó la idea de que Franco “trajo el agua al pueblo”. Pero la realidad es que se limitó a rentabilizar una falacia que ha perdurado más de medio siglo. Lo que sí cambió bajo su puño de hierro fue la forma de construir y, sobre todo, las consecuencias sociales de esa política. Decenas de miles de personas fueron obligadas a abandonar sus casas. Más de 500 pueblos quedaron anegados bajo las aguas de los embalses, desde tierras gallegas hasta el Pirineo aragonés, pasando por las riberas del Duero, el Tajo o el Guadalquivir.
Hay toda una memoria rural borrada. No solo fusilamientos y represión política, sino también desarraigo forzoso, vínculos rotos, familias divididas y amistades que nunca volvieron a encontrarse. En muchos casos, las expropiaciones se hicieron con prisas, con compensaciones económicas irrisorias y con la crueldad burocrática propia del régimen militar.
Pueblos sumergidos, memorias heridas
El franquismo convirtió el agua en un arma política y propagandística. Cada inauguración de presa era retransmitida como si fuese una victoria personal del Caudillo, una muestra de que solo bajo su mando España podía prosperar. Lo cierto es que detrás de cada gran embalse se escondía una herida. Pueblos como Riaño (León), cuyas campanas aún hoy se pueden ver en el fondo del agua en el recuerdo de sus habitantes; o Benagéber (Valencia), arrasado en 1952; o Portomarín (Lugo), trasladado piedra a piedra en los años sesenta. Allí donde hoy vemos un lago artificial y turistas practicando deportes acuáticos, es muy probable que debajo siga latiendo la memoria sumergida de todo un pueblo.
Conviene también precisar la terminología. Muchas veces hablamos de “pantanos” y “embalses” como si fueran lo mismo. El embalse es la infraestructura construida para almacenar agua, mientras que un pantano es en realidad una zona encharcada de origen natural. Franco supo jugar con esa confusión, y es que el término “pantanos” sonaba popular, cercano, y quedó fijado en el imaginario colectivo gracias a la insistencia propagandística.
La “política de pantanos” franquista fue, en definitiva, una política continuista de proyectos ideados décadas antes, pero ejecutada con la brutalidad y el autoritarismo propios de la dictadura. Lo que se presentó como una epopeya de modernización nacional escondía la tragedia de cientos de comunidades rurales borradas del mapa, condenadas al olvido.
Del agua al enchufe: el legado que perdura
Recuperar esa memoria perdida no es solo un acto de justicia con quienes lo sufrieron, sino también una oportunidad para repensar el modelo hidráulico que heredamos. Tenemos un país lleno de embalses, con graves problemas ecológicos y sociales, donde todavía hoy seguimos debatiendo sobre quién controla el agua y para qué fines se utiliza. El franquismo no solo moldeó nuestro paisaje hídrico, también configuró el actual sistema eléctrico. A través de enchufes políticos, privilegios corporativos y favores a grandes familias empresariales, se consolidó un oligopolio energético que aún hoy sigue marcando las reglas del juego.
Las empresas que nacieron o crecieron bajo el amparo de la dictadura son las que décadas después controlan el mercado eléctrico. El relato de los pantanos como “obra de Franco” tiene su correlato en el relato actual de las grandes eléctricas al presentarse como indispensables para el desarrollo, invisibilizando que su poder se sostiene sobre concesiones heredadas de un régimen autoritario.
En Ecooo tenemos la alternativa
Conscientes de este vínculo histórico, en Ecooo lanzamos “50 Años de Enchufe: del franquismo al oligopolio eléctrico”. El objetivo es claro, queremos socializar la información oculta durante estos años, los datos que no nos los contaros. Queremos hacer ver cómo el actual sistema eléctrico hunde sus raíces en la dictadura. Pero no venimos sólo con reivindicaciones, venimos con la mejor de las herramientas para democratizar al acceso a la energía, que son las Comunidades Energéticas Locales (CEL) y al Autoconsumo Colectivo como la alternativa justa, democrática y ciudadana frente al oligopolio.
Apostamos por informar, concienciar y movilizar. Así como bajo cada embalse franquista se oculta la memoria de un pueblo desalojado, bajo cada factura de la luz de hoy se oculta la herencia de un sistema nacido del enchufe y del privilegio. Y así como los pueblos merecen ser recordados, también la ciudadanía merece saber que existen opciones para recuperar el control sobre la energía.



