La COP25 ha terminado en un estrepitoso fracaso. Las expectativas generadas por la movilización social y la esperanza de que los Gobiernos escuchasen a la ciudadanía y a la comunidad científica nos ha arrastrado al espejismo de confiar en la clase política ¿y ahora, qué? Es hora del consumo organizado y colectivo.
Al bajar en la parada de metro de Feria de Madrid, la de la COP25, nos podíamos hacer una idea de lo que iba a ser aquello: un espacio patrocinado por combustibles fósiles. Carteles de Acciona revestían paredes, suelo y cristales. Acciona, cuyo negocio pasa por la intermediación bursátil o la gestión inmobiliaria es una de las empresas que aparentemente hace más esfuerzos para ser sostenible. Sin embargo, Bestinvest, empresa de intermediación bursátil propiedad 100% de Acciona, dedica la nada desdeñable cantidad del 44% de sus inversiones a industria, entre las cuales se encuentra Galp – y sus subsidiarias – dedicada a la venta de petróleo, gas y carbón.
En el recinto de la COP25 la publicidad de Coca-Cola, uno de los principales promotores de Ecoembes o Danone una de las empresas que más plástico de un solo uso vende, estaban por todas partes. Endesa, que compró todas las portadas de la prensa el día de la apertura de la COP25, era la patrocinadora principal. La empresa más contaminante del país. Iberdrola, la octava más contaminante, tenía también espacio propio. El Banco Santander y el BBVA, los bancos españoles que más han invertido en fósiles desde el Acuerdo de París, eran también patrocinadores. La COP25 era la feria de los combustibles fósiles y el Gobierno lo apoyaba.
Parece inexplicable que esperáramos que la COP25 fuera a funcionar, y sin embargo, lo esperábamos. Lo esperábamos porque, esta vez, no podía ser que la clase política no escuchase a la comunidad científica que pocos meses antes había advertido que el cambio climático va a generar “un sufrimiento indescriptible”. Porque no podía ser que no escuchasen a cientos de miles de personas que estábamos saliendo a la calle en todo el mundo para que tomen medidas. Porque no podía ser que no piensen en generaciones futuras. No podía ser, pero es.
Echando la vista atrás era evidente que no iba a ocurrir. La evidencia eran esos patrocinadores, esas políticas poco valientes. Estamos a años luz de que la clase política tome medidas, y quizás solo a unos pocos años del colapso climático.
¿Y ahora, qué?
Teniendo en cuenta que las necesidades climáticas -y por tanto de todas las especies que vivimos en el planeta- y las decisiones políticas van por caminos separados, es necesario que la ciudadanía se movilice para algo más que para exigir cambios a los dirigentes. No podemos contar con la clase política y no podemos contar con las corporaciones. Eso está claro, pero sí podemos contar con nosotros y nosotras mismas.
Necesitamos mandar un mensaje unido, orquestado y colectivo de que por ahí no vamos a seguir. No vamos a seguir calentando el planeta, que nos avoca a un “sufrimiento indescriptible” y llenando los bolsillos de los que invierten en fósiles. Tenemos que decir basta.
Digamos basta a guardar nuestro dinero en la banca fósil y armada, y apostemos por banca ética.
Digamos basta a las comercializadoras de electricidad generada por combustibles fósiles, y apostemos por las renovables.
Digamos basta a invertir nuestro dinero sin información, y apostemos por proyectos transparentes, renovables y de propiedad colectiva.
Digamos basta a la moda explotadora y contaminante, y apostemos por reducir nuestro consumo.
Digamos basta a la alimentación tóxica y e intensiva, y apostemos por alimentarnos con productos de temporada, cercanía y ecológicos.
Digamos basta, de manera organizada, colectiva y visible a través de nuestro consumo. Paremos todo aquello que produce muerte y sufrimiento. Muerte de personas que han tenido la desgracia de nacer en un país con gas o petróleo, muerte de personas que trabajan en maquilas, muerte de personas que cultivan tierras intoxicadas, muerte del planeta.