Pedro Barrié de la Maza, un empresario del régimen
La posguerra no fue igual para toda la población del recién instaurado Estado fascista español. Los años cuarenta, marcados por el hambre y la represión, trajeron ruina, miseria y la pérdida de derechos fundamentales. Sin embargo, también fue una década de grandes oportunidades para los más fieles al nuevo régimen.
En 1944, el protagonista de esta historia es Pedro Barrié de la Maza, banquero y empresario gallego. Barrié de la Maza destacó por su estrecha cercanía con los fascistas, llegando a ser un colaborador directo del propio Franco. Gracias a esa relación, Barrié fue nombrado director del Banco Pastor en Galicia en 1939, y pocos años después, en 1944, recibió uno de los mayores favores que la dictadura concedió a los suyos: la empresa Electra Popular Coruñesa. Esta compañía había sido robada a republicanos comprometidos con la democracia y la legalidad, marcando así el inicio de un largo proceso de expolio energético que continúa, de distintas formas, hasta nuestros días.
El nacimiento de Fenosa: poder, favores y control absoluto
La incautación de Electra Popular Coruñesa simbolizó las nuevas políticas económicas del franquismo: una mezcla de represión, expolio y concentración de poder. La empresa, creada en 1936 antes de la guerra, fue confiscada sin compensación alguna a sus legítimos dueños. A través de un simple decreto, la electricidad gallega pasó a manos de un núcleo empresarial afín al régimen.
Barrié de la Maza no tardó en aprovechar su posición privilegiada. Con el respaldo directo del Estado franquista, emprendió una agresiva estrategia de expansión basada en tres pilares fundamentales:
- Concesiones hidroeléctricas perpetuas sobre los principales ríos gallegos, como el Sil.
 - Control total de la distribución eléctrica.
 - Un entramado económico y político que unía banca, industria y poder bajo las mismas familias vinculadas al franquismo.
 
De esta red surgió Fenosa, empresa que pronto se consolidó como uno de los gigantes eléctricos del país. Su éxito, sin embargo, no se debió a la innovación, sino a un sistema diseñado para asegurar rentabilidad y beneficios eternos a costa del bien común.
La electricidad, que debía servir para mejorar la vida y el bienestar de las personas, quedó atada a los intereses de unos pocos. Se construyó un modelo energético sustentado en el monopolio, el trabajo precario y los favores políticos, con tarifas fijadas para garantizar los ingresos empresariales.
Herencias del franquismo: el poder que nunca se fue
Más de medio siglo después, el legado de aquel expolio sigue vivo. Las concesiones hidroeléctricas continúan en manos de las grandes eléctricas; los mismos apellidos permanecen en los consejos de administración, ahora ligados a los partidos que heredaron las estructuras del antiguo régimen.
La Galicia hidroeléctrica sigue atrapada por un oligopolio que nunca ha rendido cuentas. Los beneficios privados de estas empresas se construyeron sobre mano de obra explotada y financiación pública, gracias a la construcción de embalses e infraestructuras pagadas por todos.
Pero la historia no es inmutable. Aquella concentración de poder que nació con el franquismo puede revertirse. España aún tiene deudas pendientes con su propia transición, y una de ellas es la democratización de la energía.
Democracia energética: el reverso del expolio
Hoy existen herramientas capaces de devolver el poder energético a la ciudadanía. Las comunidades energéticas locales y el autoconsumo colectivo representan la antítesis del modelo franquista: donde antes unos pocos decidían desde sus despachos, ahora son los propios vecinos quienes pueden organizarse, producir su electricidad renovable y gestionarla de forma democrática.
No se trata solo de un cambio tecnológico, sino de un cambio político y cultural. Cada panel solar en un tejado comunitario, cada cooperativa que comparte energía, es un paso hacia una democracia real en el acceso a la electricidad. Frente al monopolio heredado del franquismo, estas iniciativas devuelven autonomía, equidad y futuro a las comunidades.
El camino hacia la soberanía energética no solo ilumina hogares: ilumina también la memoria, la justicia y la posibilidad de construir un país más justo y sostenible.



