Por: Rocío Rosado y Juan José del Valle @kaidelvalle
Ayer vimos que la energía que utilizamos es la responsable del 60% de las emisiones de gases de efecto invernadero y según un informe de PNUMA (Programa de las Naciones Unidas por el Medio Ambiente), cerca del 80% de la energía mundial cuyo origen son los combustibles fósiles, podría obtenerse mediante energías renovables para 2050 si se estableciesen adecuadas políticas que apoyasen la implantación de éstas. En este escenario, la buena noticia es que no partimos de cero. No hace falta crear una nueva tecnología que genere energía rebosante y barata. La tecnología eólica y solar fotovoltaica son competitivas tras décadas de investigación y desarrollo.
El gran reto que tenemos por delante, ya no es inventar una nueva tecnología, sino desplegar la que tenemos de forma masiva a la mayor velocidad posible para no superar el límite de los 2ºC. Un estudio publicado por el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), recoge que la creciente demanda energética y el aumento de la proporción de carbono en la combinación mundial de combustible que ha caracterizado al último decenio, han sido las causas principales del incremento de las emisiones de CO2 . Se estima que las emisiones de este gas correspondientes al sector energético podrían duplicarse o incluso triplicarse para el año 2050, si no se introducen mejoras significativas en este sector.
La descarbonización en la generación eléctrica es una condición clave para la reducción de la emisión de gases efecto invernadero, ya que se consigue más rapidamente que en los sectores industrial, transporte, y en edificios. No tenemos tiempo que perder, es urgente cerrar en todo el mundo 850 GW de centrales de carbón. Es urgente cerrar las centrales de gas, fuel y desfosilizar el transporte. Y si cerramos centrales de energía sucia, tenemos que abrir muchas más de energía limpia.
La energía solar es la mayor fuente de energía que tenemos en el planeta, 885 millones de TWh alcanzan la superficie de la Tierra año a año. Y para aprovechar la energía solar no existe a día de hoy nada mejor que la tecnología fotovoltaica. Se puede desplegar en los lugares de consumo como viviendas, comercios, industrias y terrenos improductivos alrededor de nuestros pueblos y ciudades. No emite gases de efecto invernadero ni ninguna otra partícula contaminante mientras funciona, ni consume recursos hídricos, muy afectados a su vez por el cambio climático. Siendo una solución sostenible en este caso, ya que se debe tener en cuenta la limitación del consumo de agua en las plantas eléctricas.
La energía basada en sistemas fotovoltaicos es duradera y como la energía del sol es gratis, una vez amortizada la instalación fotovoltaica seguirá funcionando durante décadas. Además los costos de las instalaciones han experimentado una bajada sustancial en los últimos años, que se prevee sigan esa tendencia, haciéndola asequible a pequeños productores como pueden ser las economías domésticas y comunitarias.
Un factor más a tener en cuenta es que el suministro de energía basada en sistemas fotovoltaicos favorece la independencia energética, ya que debido a su localización como recurso globlamente extendido garantiza la independencia de las exportaciones, que amenazan la fiabilidad de parte del suministro energético debido a tensiones geopolíticas, como ocurre con el gas que exporta Rusia a Europa. O la dependencia de unas pocas compañías que controlan y tienen en su poder los recursos energéticos que cubren la mayor parte de la demanda de energía.
La Agencia Internacional de la Energía propone un escenario de bajas emisiones de CO2 para el año 2050 en el que la generación fotovoltaica proveerá el 16% de la electricidad en el año 2050. Es una propuesta que refleja la importancia que se le otorga a la fotovoltaica, pero que peca de poco ambiciosa para los tiempos que corren. En apenas 4 años entre el 2010 y el 2014, en el mundo se instaló más capacidad fotovoltaica que en los últimos 40 años. En el año 2013 se instalaron 100 MW cada día. Las fábricas de módulos están preparadas, la logística está a pleno rendimiento, las empresas están preparadas para construir muchísimas más centrales renovables de las que se construyen ahora.
Las políticas a llevar a cabo para lograr este despliegue masivo tampoco es necesario inventarlas. Ya existen y ya se ha demostrado que funcionan. Hablamos de que los Gobiernos proporcionen seguridad e incentivos a todas aquellas personas y empresas que se decidan a participar de la revolución solar. Incentivos económicos, fiscales, créditos a bajo interés para financiar las instalaciones, seguridad jurídica y un plan energético claro y ambicioso. Ahora podemos elegir entre poner el foco de la inversión pública en seguir construyendo autopistas nuevas, gaseoductos, oleoductos y armas de guerra, o bien priorizar las inversiones que nos permitan ciudad por ciudad, provincia a provincia, país a país llevar a cabo la revolución energética que necesitamos para mantener la temperatura del planeta a raya.
El mayor enemigo de la revolución energética
Es preocupante que sabiendo como saben los responsables políticos lo fácil que es apagar esas centrales sucias que están elevando la temperatura del planeta, no lo hagan. Más preocupante aún es que en los últimos años puedan estar tratando de limitar la implantación de la tecnología fotovoltaica, reduciendo el ritmo de su implantación cuando no directamente penalizandolo como en España. Contrastan estas políticas de freno a las renovables, con las inversiones multimillonarias y desarrollos de nuevas formas sucias de energía como el fracking y nuevos gasoductos.
Un ejemplo claro es que mientras el mercado de la energía fotovoltaica sigue creciendo a nivel mundial, como ocurre en economías emergentes, tal es el caso de América del Sur, India, o Turquía, entre otros; en Europa la tendencia es la contraria, el mercado de la fotovoltaica cayó en picado. La potencia instalada en Europa en 2014 fue de 6’9 GWp, habiendo sufrido un descenso de un 32,3 % con respecto a 2013, alcanzando su valor máximo en 2011 que rondaba los 22 GWp. En contraste con la expansión a nivel global de la energía fotovoltaica que creció de 37,6 GWp a 40 GWp entre 2013 y 2014. Según datos de EurObserv’ER.
No hay incompetencia, no hay desconocimiento de que tenemos una tecnología limpia a nuestro alcance, lo que hay es corruptos y corruptores. Hay políticos que trabajan en su propio beneficio y empresas gasísticas, petroleras y del carbón que corrompen y debilitan los esfuerzos para mitigar el cambio climático.
Por eso es la ciudadanía la que debe liderar el cambio de modelo energético, decidiendo, participando, monitorizando y controlando que las políticas públicas en el campo de la energía son ambiciosos y responden al sentido común y al bien común. En el próximo artículo contaremos cómo una nueva cultura de energía comunitaria puede conseguirlo.
Día 2: La energía solar puede cambiarlo todo. Y rápido.
01/12/15 | ENERGÍA