¿Por qué no quemamos todos los paneles fotovoltaicos?

28/06/10 | ENERGÍA

 
La Comisión Nacional de la Energía (CNE) acaba de publicar la liquidación económica del  sistema eléctrico correspondiente al año 2009. Y como ya es ampliamente conocido el  resultado ha sido el incremento del déficit de tarifa en 4.615 millones de euros adicionales.
Si  se suma al déficit que se viene arrastrando desde hace unos años, resulta que los  consumidores españoles tenemos en estos momentos una deuda de más  16.000 millones de euros con el sector eléctrico, que tenemos que pagar en los próximos 15 años.
Cuando se revisa el detalle de ingresos y gastos de la liquidación de 2009, destaca poderosamente el importe de primas a favor de las renovables. De acuerdo con el informe de la CNE, nuestro país destinó en 2009 6.214 millones de euros a pagar energías limpias.

¿Son estas las cifras que permiten evaluar la política energética española?

¿Subvenciones a cualquier precio y a cualquier energía?


La conclusión está entonces servida: si el coste de la electricidad esté desbocado en España es simplemente por culpa de unas fuentes de energía que no nos podemos permitir.
Las renovables son por tanto culpables, pero esto es sólo parte de la historia. En realidad, unas tecnologías limpias son mucho más culpables que otras. En primer lugar y con mucha diferencia se encuentra la solar fotovoltaica. Las primas destinadas a esta tecnología ascendieron en 2009 a 2.586 millones de euros, el 43% del coste total de las energías limpias, pero todo ello para producir poco más del 2,5 por ciento de la electricidad total del sistema. Frente a estas cifras, las que presenta la eólica, renovable de referencia en nuestro país, son claramente mejores: 1.560 millones de euros de primas, pero haciéndose cargo del 13 por ciento de toda la electricidad producida en el año.
Hay más fuentes renovables y mucho más análisis que hacer, pero con la comparación entre eólica y fotovoltaica tenemos ya los elementos centrales del debate. Y estos apuntan a que la fotovoltaica es el problema. Liberándonos de esta tecnología, el déficit sería asumible y la deuda del sistema se podría ir reabsorbiendo poco a poco en un tiempo razonable. Aunque estamos todos en contra de generar electricidad quemando cosas (porque es sinónimo de contaminación, gases de efecto invernadero y cambio climático), deberíamos hacer sin embargo una excepción en este caso: si quemamos todos los paneles fotovoltaicos, quizá no obtengamos mucho poder calorífico, pero recuperaremos el control sobre un recurso tan importante como la electricidad y del cual depende tanto nuestra competitividad internacional.

¿Cómo se convirtió la fotovoltaica en un problema?

El Plan de Fomento de Energías Renovables 2005-2010 estableció para la tecnología fotovoltaica un objetivo de 400 MW al final del periodo. Un objetivo modesto pero razonable al tratarse de la tecnología más subvencionada de todas. Pues bien, en septiembre de 2008 se había completado la instalación unos 3.500 MW. 7 veces más de la cifra prevista o, lo que es lo mismo, multiplicar por 8 el presupuesto inicial destinado a apoyar esta tecnología.
Resultaría consolador ver en este descontrol (el llamado “boom fotovoltaico”) un ejemplo más de la avaricia de unos cuantos listos (y poderosos), que descubrieron la forma de meternos la mano en los bolsillos, pero la verdad es mucho más prosaica. Detrás de este enorme desperdicio de recursos sólo hubo una normativa profundamente estúpida y dañina, que permitió llenar el campo de paneles fotovoltaicos (produciendo en medio de la nada, a decenas de kilómetros de los lugares de consumo de su electricidad); sólo hubo un encadenamiento de reales decretos que se olvidaron, entre otras cosas, de introducir límites trimestrales de potencia (que acabaron por incluirse en el RD de septiembre de 2008, cuando todo el daño estaba ya hecho)
Sería interesante saber qué es lo que pasaba por la mente de los técnicos ministeriales que definieron así nuestro modelo de apoyo a las renovables, a quién consultaron, que otras normativas nacionales analizaron. Pero tan interesante como saber cómo se puedo cometer un error tan grave es recordar cómo es que surgió la oportunidad de equivocarse tanto, es decir, por qué se aprobó una normativa de apoyo a las energías renovables.

¿Por qué energías renovables?

En esta deriva estigmatizadora del sector de las energías limpias, hemos olvidado la importancia capital que tienen las renovables. Merece la pena recordarlo aquí.
En primer lugar, por la garantía de suministro. Desgraciadamente en España no tenemos yacimientos petrolíferos ni tampoco de gas y apenas uranio. Nuestra dependencia de materias primas energéticas extranjeras es total, necesitamos importar el 80 por ciento de nuestras necesidades energéticas. Mañana Argelia, nuestro principal suministrador de gas, decide dar un profundo giro político como en el Irán de 1979, o simplemente presionar para aumentar el precio de venta del metro cúbico de gas, como Rusia en los últimos años, y nuestra economía se desploma. De un día para otro. En noviembre de 2008, el barril de petróleo alcanzó los 150 dólares. Unos meses después y tras el desplome global de la economía el precio tocó los 32 dólares y en la actualidad su cotización marca los 85 dólares. Y la pregunta que tenemos que hacernos es ¿qué precio alcanzará el barril de petróleo y su correlacionado precio del metro cúbico de gas cuando el mundo desarrollado recupere la senda de crecimiento? En nuestro país sólo tenemos renovables y las renovables son nuestra única opción de futuro, nuestra única posibilidad de vacunarnos ante crecimientos en el precio de las materias primas energéticas que necesariamente se van a repetir en el futuro.
En segundo lugar, si Ud. es de los que piensa que la contaminación y el cambio climático son cosa de científicos exaltados que sólo persiguen nuevos fondos para sus investigaciones, sáltese este párrafo. Pero si es de los que piensa que el calentamiento global constituye un problema (mayor o menor) y que hay que actuar relativamente rápido para minimizar sus efectos, entonces estará de acuerdo en que tenemos que cambiar el modelo energético por uno basado en las tecnologías limpias.
Por último (aunque hay muchos otros argumentos más), no hace falta recordar que nos encontramos en una profunda crisis económica. A los problemas globales, se le une en España el agotamiento de un desquiciado modelo económico basado en el monocultivo de la construcción residencial (por cierto, sería también interesante entrevistar a los responsables, técnicos y políticos, de que se aprobará el nuevo Código Técnico de la Edificación después de que se hubieran construido todas las viviendas que necesitamos hasta 2020). Necesitamos sectores de futuro, nuevas actividades económicas que generen empleo y, sobre todo, nos permitan reducir nuestro crónico déficit comercial. Hay muchos sectores de futuro, pero ninguno llega ni por asomo a ser más de futuro que el asociado al cambio de modelo energético. En nuestro país, hemos apostado, aunque chapuceramente, por ser una referencia en el sector de las renovables. Una decisión estratégica inteligente, hace 10 años y aún más ahora.

Retroactividad

Pero recuperemos el hilo. Recordemos que la fotovoltaica es culpable. Con las ideas así de claras, la solución entonces es fácil: a partir de ahora se paga menos por la electricidad limpia (sobre todo la fotovoltaica) y ya está.
Aquellos que invirtieron en un negocio completamente desconocido y por tanto arriesgado, pagando precios muy altos por sus instalaciones (en parte, gracias a un absurda prima económica que no iba disminuyendo según se iban llenando los campos de paneles), que tienen grandes préstamos aún por pagar que obtuvieron sobre la base de unas condiciones económicas garantizadas dentro de un país desarrollado. Aquellos que con su inversión han conseguido llevar al sector a unos niveles de coste impensables hace unos años. Para todos ellos y sólo para ellos se les aplica el estado de excepción, se les suspende el principio de seguridad jurídica.
A los bancos, que están en el punto de mira de los mercados financieros por su exposición al sector de la construcción, les damos definitivamente la puntilla. Y al país, que se encuentra cerca de Grecia en la confianza que merece a los mercados internacionales, le propinamos el último empujón con estos modos tercermundistas de dirigir la economía.
Después de haber invertido durante años en desarrollar un sector de futuro con miles de ingenieros, técnicos y empresas especializadas, lo cogemos todo y lo tiramos por la borda. Y empezamos de cero en otra cosa: ¿construir casas, tal vez?

Más fotovoltaica

A la fotovoltaica le costará más tiempo (mucho más del que hubiera sido necesario si las cosas se hubieran hecho bien), pero acabará devolviendo a la sociedad y con creces el apoyo económico de estos años.
En estos momentos su aportación a la generación eléctrica no supera el 2,5 por ciento del total. Una energía que cuesta mucho dinero y que va a seguir costando mucho durante 25 años más. Cuando la fotovoltaica represente el 12 por ciento del total, la mayoría de esa electricidad será más barata que la que proceda de fuentes convencionales. Y así, de una forma simple, con una proyección financiera clara, conseguiremos que el ahorro futuro compense el excesivo gasto actual. Será incorrecto considerarlo un gasto, se tratará de la mejor inversión.
Eso sí, para que este futuro se cumpla y lo haga cuanto antes, lo más importante es que los cambios legislativos que han de venir se hagan bien. Sería necesario un nuevo artículo para concretar nuestra propuesta. Dejamos sólo apuntadas las ideas esenciales.

  1. Instalaciones sobre techo y hasta dentro de mucho tiempo, sólo sobre techo. Hay que producir donde se consume porque aquí la fotovoltaica será rentable si su precio es más bajo que el precio minorista (12-14 c€ por kWhora). Si el panel solar está en medio del campo, su precio de referencia es el del mercado mayorista (en la actualidad, 3-4 c€ por kWhora).
  2. Financiación de las instalaciones a 20-25 años, que son plazos razonables para una tecnología con una vida útil que puede superar los 40 años y que son los habituales en los préstamos que financian las centrales nucleares o térmicas.
  3. Simplificación administrativa. Quizá suene exagerado, pero montar una pequeña instalación de paneles fotovoltaicos debería ser como montar el aire acondicionado de una casa.

Con estas ideas y algunas más, conseguiríamos una energía limpia produciéndose de forma masiva en medio del consumo masivo de la ciudad (es decir, la más gestionable de las energías no gestionables). Cientos de miles de pequeñas instalaciones montadas por un enjambre de empresas instaladoras que necesiten mucho más empleo por kW instalado que el que se requiere para montar MW en medio del campo, y que desarrollen un modelo de difusión (capilar) de la fotovoltaica que sea fácilmente exportable a otros países. Y lo que es más importante en estos momentos, un kWhora cuyo precio iguale primero al que cobran las compañías eléctricas y que muy pronto pase a ser más barato. Será la forma de que la fotovoltaica pueda devolver (con creces) las ayudas con que fue necesario apoyar a las primeras instalaciones.

Por consiguiente, más fotovoltaica, mucha más fotovoltaica. No menos.

Nada de quemar paneles.


ecooo - Fotos MediosMario Sánchez-Herrero
Profesor de Economía Aplicada, Universidad Complutense de Madrid
Socio Director de ecooo